La Inquilina, de Avram Davidson

Avram Davidson nunca encajó en ningún sitio. Tuvo la desgracia de vivir en una época en la que cualquier intrusión de lo fantástico en lo que se escribiera resultaba un anatema para las editoriales "literarias" y una condena al gueto de la ciencia ficción. Pero tampoco allí acababa de encajar. Sus relatos y novelas eran demasiado heterodoxos para los géneros de anticipación, fantástico o terrorífico. Su ficción era demasiado sutil, demasiado irónica, demasiado literaria, sin ceñirse a ningún modelo estándar. Eso no le ganaba el aprecio del público de género, por descontado, y por esto mismo era alguien adorado por sus colegas escritores. Alguno de ellos dijo que con tan sólo su relato ...Y Todos los Mares Llenos de Ostras (un relato que algún día comentaremos; baste decir ahora que su tema de inicio es el conocido fenómeno de la multiplicación espontánea de clips en los cajones y de perchas en los armarios. Ya ven que no es precisamente una idea estereotipada), Davidson tenía asegurado un lugar en el Olimpo de la ciencia ficción.
Esta irreductibilidad y desclasamiento hizo que Davidson, al final de su carrera, viviera casi en la miseria, y tuviera que ser ayudado por esos escritores que nunca ocultaron su admiración por alguien a quien consideraban un maestro. Extraño, pero maestro. En otras épocas, no más felices pero sí más normales, Avram Davidson habría sido un escritor reconocido en la literatura general.
La Inquilina es uno de estos relatos que no responden a ningún modelo, aunque su final sea lovecraftiano; por supuesto, con un toque de ironía que hace que escape del puro canon terrorífico de los Mitos de Cthulhu. Davidson era así.
El propietario de un barrio miserable acaba de hacer una operación de venta inmobiliaria favorable a sus intereses, y tiene que desahuciar a unos cuantos de los inquilinos de un bloque. Para convencer a los remisos, ha contratado a Edgel, un tipo alto, fornido, encorvado (y esto es importante para entender el relato), irresponsable judicialmente, alcohólico y que se gana un sobresueldo mísero haciendo estos trabajos para Balto.
Pero en el bloque vive una inquilina que no quiere trasladarse, por mucho que se le ofrezca una prima y otro alojamiento o se la presione. Un día que la inquilina sale a hacer la compra, Edgel entra en el piso para poner los trastos en la calle. Lo que encuentra dentro, o mejor dicho, el ser que encuentra dentro, no tiene nombre.
Si esto les parece un relato de terror clásico, es porque sólo es el perfil de la trama. En realidad, Davidson, que deja mucho al lector y a su imaginación, se centra más que nada en la mente de Edgel, más en el paralelismo de la vida de Edgel y la inquilina, así como a la especulación de lo que es y cómo es lo que se encuentra en el piso.
No es un relato lineal, planteamiento, nudo y desenlace, como ya hemos dicho. Davidson, en unas pocas páginas, nos da los elementos para que seamos nosotros, los lectores, quienes construyamos la historia, antes y después de lo relatado. Lo magistral de Davidson es que somos capaces de crear y comprender este relato, no en todos sus detalles pero sí en lo fundamental, con las implicaciones que supone.
No es fácil, es sutil y da buena prueba de cómo Avram Davidson jamás se rebajó a hacer literatura de consumo, y siempre aspiró a un nivel literario superior.
Este relato no es fácil de conseguir (tampoco es difícil, pero requiere su trabajo), pero todavía no he encontrado ninguna historia de Davidson que no merezca la pena. Si ven su nombre, dense un capricho refinado e inusual, y pruébenlo. Verán que Avram Davidson era un escritor único.

(The Tenant)
En Ciencia Ficción Selección 22
Ed. Bruguera, Col. Libro Amigo
Barcelona, 1976 [1971]

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