Jezabel, de William Wyler

SESIÓN MATINAL 

(Jezebel); 1938

Director: William Wyler; Guión: Clements Ripley, Abem Finkel, John Huston, basado en la obra teatral de Owen Davis Sr; Intérpretes: Bette Davis (Julie), Henry Fonda (Preston Dillard), George Brent (Buck Cantrell), Margaret Lindsay (Amy), Fay Bainter (Tía Belle), Richard Cromwell (Ted), Donald Crisp (Dr Livingstone), Henry O'Neill (General Bogardus), John Litel (Jean La Cour), Spring Byington (Sra. Kendrick), Eddie Anderson (Gros Bat), Gordon Oliver (Dick Allen), Irving Pichel (Huger); Dir. de fotografía: Ernest Haller; Música: Max Steiner.

A raíz del éxito literario de Lo que el Viento se Llevó (literario, repito; la película todavía estaba en rodaje, y no hay que olvidar que la novela de Margaret Mitchell arrasaba en ventas), los estudios de Hollywood empezaron a crear sus propias historias sureñas, o a buscarlas allá donde pudieran encontrarlas. En este caso la hallaron en  una obra de teatro de cierto éxito, aunque de poco mérito, y los jefes de la Warner se la ofrecieron a Bette Davis, según dicen para resarcirla de no haber sido la escogida para protagonizar la película de Selznick. La jugada salió bien por ambas partes: la Warner tuvo un magnífico melodrama de gran éxito en taquilla y la Davis (con el rodaje de Lo que el Viento se Llevó eternizándose, no había competencia) ganó un Oscar a la mejor acriz principal por este papel.
Cuando digo que la obra teatral tenía poco mérito, no lo digo por decir. La protagonista, Julie, es una señorita de Nueva Orleáns dominadora, caprichosa y que con sus caprichos está dispuesta a saltarse las convenciones de la estricta sociedad sureña; Cree además que domina a su novio, Preston Dillard,  y a todos los que la rodean, de manera que cuando fuerza a Preston a acudir a un baile con ella vestida de rojo (una osadía que la pone al mismo nivel de ciertas señoritas de cierta calle), Preston reacciona como se espera de un caballero del sur: la acompaña al baile y aguanta estoico todas las miradas y cuchicheos, pero es la última vez que Julie le pone en ridículo, y rompe el compromiso.
Julie apenas puede creerse que Preston no vaya de rodillas a suplicar de nuevo su amor, y cuando al cabo de un año Preston vuelve de Nueva York con una flamante esposa, el ánimo de venganza la acomete.
Esta venganza planeada causará, como decían los clásicos, mucho dolor y pesar, y Julie, arrepentida, acompaña a Preston, que ha enfermado de fiebre amarilla, a la isla del lazareto, donde probablemente ambos morirán.
En fin, todo muy manido, muy moralista y con moraleja final, no sé si me entineden. Lo que tiene mérito en esta película es, por una parte, el trabajo técnico, con un Wyler impecable en la dirección; el acierto de los guionistas en enfatizar la cuestión de la rigidez de costumbres sociales de la sociedad sureña de antes de la Guerra Civil, estratificada y cerrada a pesar de su proverbial hospitalidad y, sobre todo, la interpretación de Bette Davis, en aquel momento probablemente la mejor actriz de carácter que había en la cinematografía mundial, y que además en estos papeles melodramáticos se sentía como pez en el agua. De hecho, es la película de una sola mujer, puesto que sin su interpretación jamás hubiese levantado el vuelo la historia. Supongo que Wyler lo vio así también, y hace que Davis esté permanentemente en pantalla, y que las contadas ocasionbes en las que no aparece sean momentos breves que puntualizan la trama antes de volver a centrarse en la protagonista.
No estamos ante una gran obra maestra, pero sí ante una interpretación de aquellas que Bette Davis hacía que fueran disfrutables cien por cien, y de ahí el interés de Jezabel

Tráiler:

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