Gil Blas de Santillana, de Alain René Lesage

(Histoire de Gil Blas de Santillane)
Ed. Mateu, col. Juvenil Cadete
Barcelona, c. 1955 [1715-1747]

La novela picaresca a la francesa, es decir, la novela antipicaresca. Cierto que la edad de oro de la picaresca española ya hacía casi un siglo que había quedado atrás, cierto que el paradigma intelectual avanzaba a marchas forzadas hacia la ilustración, pero ¿por qué la literatura francesa, que tan poca atención había prestado a la picaresca (o por lo menos poca que mereciera la pena mencionarse) escogió ese tema en la obra de Lesage? ¿Y no para reproducirla, sino para domesticarla y acabar convirtiéndola en novela cortesana? Lo desconocemos.
Porque picaresca es. Situada en España, narra las aventuras del joven Gil Blas desde su salida de Cantabria hasta su retiro en las cercanías de Valencia, y en su periplo vital se cruzará con bandidos, malos médicos, abogados de pacotilla, fuleros nobles sicilianos, estafadores de toda calaña, hasta que el protagonista se sitúe como secretario de Alfonso Pérez, valido de Felipe III y, tras su caída en desgracia, recupere la condición de hombre de confianza del Conde-Duque de Olivares bajo el reinado de Felipe IV. Todos los escenarios del pícaro están presentes, con una diferencia fundamental, y es que Gil Blas es, salvo unas pocas caídas de las que se redime, un hombre honesto, y más modelo de cotrtesanos que truhán afortunado. 
Ciero es que la literatura francesa tenía su propia obsesión con la corte (lo más cerca que estuvo del pícaro fue en algunos personajes de las obras de Molière), y que en el ADN literario de Lesage no figuraron los modos que ennoblecieron los usos del Lazarillo o del Buscón, y que en Francia se vivió una cierta obsesión española, que se muestra en Racine o Molière. Pero aún así esta obsesión por transitar por este mundo sin entrar en él es curiosa.
Para un lector español, el Gil Blas es una permanente contradicción. Todos los elementos que hubieran podido conducir a la fugura del pícaro (ambientes, situaciones, personajes) están ahí, pero a última hora el autor elige no ponerlos en marcha. Para el lector español todo ello tiene un aire de impostura, de asunto irreal. La deriva hacia la novela cortesana no es más que una solución a la francesa ante una situación irresoluble si se quería preservar la inocencia y honestidad del protagonista.
Si esto es así, ¿por qué hay que comentarla? Pues porque tuvo un éxito tremendo, tanto que uno de los más famosos folletines que surgió en el siglo XIX llevaba como título "Gil Blas"; y porque prefigura las españoladas que tan en boga estuvieron en Francia en el siglo XIX, y que uno cree que se basaban más en lo que los viajeros franceses esperaban ver que en lo que realmente veían de España. El Gil Blas es un antecedente tan irreal como estas, pero tiene la ventaja de darnos el retrato de cómo los franceses nos veían a principios del siglo XVIII.

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