La Sequía, de James G. Ballard

(The Drought)
Eds. Minotauro
Barcelona, 19792 [1963]

Blog Action Day: Water

El propio Ballard dijo de sus historias cataclísmicas: «Dentro del reino de la ficción, el escritor de la historia de catástrofes ilustra, de la manera más extrema y literal, el desafío de Conrad: "Sumérgete en el elemento más destructivo... ¡y nada!" Cada una de estas fantasías representa una acusación de lo finito, un intento de desmantelar la estructura formal del tiempo y el espacio con la que el universo nos envuelve en el momento primero en el que logramos la consciencia.»
En esta recusación de una realidad inmutable, Ballard se mostró extrañamente perceptivo (e inconscientemente profético) en comprender que somos muy capaces de modificar (no; de destruir) la realidad, que tenemos ese impulso entre suicida y/o de curiosidad malsana, de tensar la cuerda para ver si se rompe. Y que las consecuencias de esos mismos actos conforman también una modificación de la mentalidad y de nuestro pensamiento.
En La Sequía, un acto humano impide que el agua de los océanos se evapore, provocando una sequía en apariencia interminable. Dividida en tres partes, la novela nos muestra las primeras reacciones de una comunidad ante la falta de agua; en una segunda, la conformación de una nueva sociedad a orillas del mar, que retrocede por la acumulación de sal procedente de la destilación del agua marina; y una tercera con el regreso de los protagonistas a su lugar de origen, en busca de un retorno a una posible normalidad (que, sin embargo, nunca será la misma) o a una posible muerte.
El cambio en el universo es extremo, pero en realidad insignificante. Todo lo que se ha modificado es un elemento, uno de los muchos que constituyen la cohesión social que damos por supuesta, pero todo en la sociedad está interrelacionado, y basta esa sequía prolongada (y, sobre todo, de duración incierta) para que cosas que fueron importantes no tengan el menor valor; para que afloren las ambiciones y las nuevas jerarquías; para que el mundo se hunda en la barbarie y arrastre a aquellos que luchan por mantener la dignidad. Nada de lo que existía antes tiene valor, y todo lo nuevo va destinado a la supervivencia; pero el orden social se ha trastocado por completo, y así nos lo muestra Ballard.
Este cambio de mentalidad tiene muy poco que ver con el heroísmo y mucho con la consecución de poder, que es lo que asegura la supervivencia. Pero es un poder primitivo, más cercano a las estructuras prehistóricas que a una organización moderna. Hemos avanzado mucho, nos dice Ballard, pero por grande que parezca este avance no estamos sino a un paso muy corto de distancia del hombre de las cavernas.
Como el gran autor que era, aunque apenas se le reconoció en vida, Ballard ejerce su maestría en estas relaciones personales de los protagonistas, en los cambios de su mentalidad, que son diferentes y van en distintas direcciones porque ya no existe una línea maestra a la que ceñirse; y en esas visiones cataclísmicas fascinantes que son su marca de fábrica (aunque la realidad, esa gran autora, las haya imitado ya: véanse si no los barcos de pesca varados en lo que es un desierto en el mar de Aral).
Ballard tal vez nunca imaginó que sus ficciones se conviertieran en realidad. Pero de lo que sí estuvo convencido es de que el peligro no estaba en el cataclismo sino en nosotros mismos.

Portada y sinopsis

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1 comentarios:

Lluís Salvador dijo...

Hola a todos:
Hasta aquí la reseña; pero esto es una entrada enmarcada en el Blog Action Day, dedicado este año al problema del agua potable y su acceso para todos. La realidad no está mostrando algo tan extremo como sucede en la novela de ballard, pero sí unos conflictos locales que amenazan con extenderse: demasiada agua en algunos casos (y eso es tan malo como su falta) y demasiado poca en otros.
El agua potable es algo que casi todo el mundo da por descontado. Y, sin embargo, su falta es algo que trastoca profundamente la sociedad y los comportamientos. Implica escasez, a veces hambre; enfermedades cuando la poca agua que existe está contaminada o no es potable. El esfuerzo por conseguirla ocupa cada vez más tiempo y recursos; hay que emplear a niños en conseguirla, y eso no permite su educación...; en último extremo, hay que emigrar, pero eso no es garantía de que en el destino te reciban con los brazos abiertos... Un efecto dominó perverso como hay pocos. Hace años alguien dijo que las guerras del futuro no se librarían por el petróleo, sino por el agua.
Esto es lo que hay, y no voy a decir que tenga fácil solución. Pero sí que no podemos esperar a encontrarala. No es soportable medio planeta desierto. Salvo que queramos empezar a disparar sobre las gentes que nos vengan, no en busca de trabajo o de riqueza. Esta vez vendrán en busca de un vaso de agua. Algo que, como nos enseñaron nuestros mayores, nunca se le niega a nadie.