La Prueba, de César Aira

Es difícil definir la narrativa de César Aira. Parece no tener precedentes, ni enclavarse en ninguna corriente o estilo, y desde luego es tan personal que difícilmente puede tener continuadores.
Anarquista, más que anárquico, gusta de subvertirlo absolutamente todo, y no es extraño encontrar personajes que, en sus narraciones, se llaman César Aira, aunque se expresen como una mujer mientras el resto del mundo los ve como hombres, como sucede en En Cómo Me Hice Monja. Sin contar con que sus temas son siempre cambiantes y tanto puede crear un superhéroe que no se parece a ninguno (Las Aventuras de Barbaverde) como hacer que un poeta nos relate su vida desesperada y solitaria, en una historia llena de excesos, sólo para encontrarnos, al final, con su su vida familiar y feliz al otro lado de una puerta.
En este espíritu subversivo, que no epatante, en La Prueba hallamos a una chica gordita y bienpensante, más que tímida consciente de su fealdad, que es requebrada en plena calle por dos chicas punkis. Al recriminarles la burla, con toda seriedad, Mao (la otra se llama Lenin) le asegura que lo que siente es amor. A partir de esto Marcia se ve en una conversación nihilista pero romántica, en un amor que no responde a convenciones sino que más bien las aplasta, en un mundo en el que ninguna regla tiene validez. Hasta que, con una lógica impecable con lo que precede, Mao y Lenin se disponen a darle a Marcia una prueba de su amor verdadero, asaltando un supermercado y matando por amor. Extremo, sí, pero lógico, más lógico en su actitud vital punk que muchos o la mayoría de punks llegan a imaginar.
Aira sabe elegir su voz narrativa para que se adecue al relato, domina a la perfección todos los ritmos y, en suma, conoce todos los artificios (sin resultar artificioso) que hacen de una narración un enigma que intriga al lector y lo lleva hasta el último párrafo. Al mismo tiempo, es un irreductible, y lo que cuenta o cómo lo narra no se pliega a ninguna comercialidad ni responde a ningún estereotipo o convención literaria. Si a algo se asemeja la escritura de Aira es a la escritura automática de los surrealistas, pero con una coherencia interna que la hace particular, por mucho que el flujo narrativo parezca variable en la forma de atacar la temática o en los cambios de género que se producen en el mismo relato.
Tomando a veces riesgos enormes, pero dominando el arte con una maestría tal que puede salir indemne de ellos, en historias que pueden definirse como alucinadas por su perversión de la lógica y la trama de la realidad, Aira esquiva todas las comparaciones. César Aira no se asemeja más que a César Aira, e incluso en esto es tan poliédrico que parece más un colectivo de escritores que uno solo. No es literatura fácil, a menos que el lector esté dispuesto a quedar perplejo ante sus historias. Pero cuando se deja llevar por la narración, el final del viaje será el de la satisfacción (inquietante en muchas ocasiones) por haber recorrido un camino que nadie podía imaginar.

En Cómo Me Hice Monja. La Prueba. El Llanto
Grijalbo Mondadori, col. Literatura Mondadori
Barcelona, 1998 [1993]

Portada y sinopsis


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