Historias de Roma, de Enric González

RBA Libros
Barcelona, 20102 [2010]

El género, no del libro de viajes, sino del relato personal de una estancia o un periplo por una tierra extranjera y, por tanto, exótica en el segundo sentido de la palabra, es decir, chocante, es uno que tiene gran tradición. No menor entre los precedentes, y más importante de lo que parece, fue el díptico de Jerome Klapka Jerome, Tres Ingleses en una Barca (sin Contar el Perro) y Tres Ingleses en Alemania; si bien Jerome decantaba la esencia de su relato hacia el humor, no obviaba estos contrastes que se producen entre el viajero y lo viajado. En el caso de Historias de Roma este último aspecto es el dominante, pero por suerte Enric González no olvida la ironía del viajero, que no se trasluce en chovinismo, sino en la sonrisa que provoca comprobar que, todavía y a pesar de la globalización, tenemos cosas que nos hacen diferentes aún siendo similares. Y que en los diversos lugares hay pequeñas historias que merece la pena conocer y que no relatan las guías de viajes.
Enric González es hijo de Francisco González Ledesma, lo cual no tiene nada que ver con las bondades literarias o periodísticas, pero imprime carácter. También es periodista, ha sido corresponsal de El País en Londres, París, Nueva York, Washington, Roma y actualmente en Jerusalén (con algunas escapadas a Egipto, para presenciar la caída de Mubarak). También interviene en una minitertulia radiofónica los lunes en Ràdio Barcelona, junto a Josep Martí Gómez, y si la denomino minitertulia es porque siempre me sabe a poco: sin desdeñar el rigor, la denuncia y el dato objetivo, el buen humor y la fina ironía la presiden. Como nadie es perfecto, es aficionado del R. C. D. Espanyol. Viene a cuento esta afirmación porque es autor de Historias del Calcio, que es uno de esos escasos textos literario-periodísticos sobre el fútbol que merecen la pena leerse. Y ha escrito también Historias de Londres e Historias de Nueva York, en el mismo espíritu que estas de Roma.
Historias de Roma se inicia así: «En casa, es decir, en Palazzo Massimo, teníamos capilla. Y campanario. Eso me impresionaba. Me hacía sentir importante, como un cardenal o un torero. Cada 16 de marzo sonaban las campanas para conmemorar un milagro ocurrido tiempo atrás en el palacio. El de Palazzo Massimo, conviene subrayarlo de antemano, fue un milagro extraordinariamente sutil. El 16 de marzo de 1583, en una de las estancias, murió el joven Paolo Massimo. La familia fue a buscar a Felipe Neri, al que llamaban, con las explosivas labiales del romanesco, Pippo bbono, para que resucitase al chico. El futuro santo salpicó el cadáver con agua bendita e hiso sus invocaciones, hasta que el joven Paolo abrió los ojos, recobró la vida y se incorporó en el lecho. ¿Saben qué dijo el resucitado? Que muchas gracias, pero que prefería volver a morirse. Ese milagro tan ambiguo, tan abierto a interpretaciones, podría ser una parábola sobre Roma: viva y muerta, esforzada e indolente, teatral e indescifrable.»
¿La han notado? Esa ironía benéfica es omnipresente en todo el libro. Pero también pueden percibir otra cosa, como es la mirada de alguien que no transita por los lugares, sino que va más allá, profundiza y se interroga: Sobre la historia y el carácter de los romanos, sobre la política, sobre el fútbol, sobre la gastronomía,sobre la mamma, sobre la burocracia y la cultura, sobre todo, en fin.
La gran cualidad de este libroes su profundidad amical, en absoluto despreciativa o con aires de superioridad, sino proveniente de alguien que recorre los lugares y las gentes con una sana y escéptica curiosidad. Su gran defecto es que es demasiado corto; como con todo lo de Enric González, uno se queda con ganas de más.

Portada y sinopsis

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