Trafalgar, de Benito Pérez Galdós
Ed. Historia 16
Madrid, 1992 [1873]
Episodios Nacionales, Primera Serie nº1
Los Episodios Nacionales siguen siendo las obras más populares de Benito Pérez Galdós, tal vez el autor más popular de la Generación del 98. Pero sólo lo son algunos de los 46 episodios que componen este monumental resumen de la Historia de España en el siglo XIX: Trafalgar, El 19 de Mayo y el 2 de Mayo, Bailén, La Batalla de Los Arapiles...
Por su estilo, es evidente que no es un manual de historia, sino una serie de narraciones que suceden en algunos episodios históricos (de ahí lo apropiado del nombre) fundamentales en su época. Es un género difícil y hasta sospechoso para el lector. En efecto, es fácil caer en el didactismo, en la tesis política y en algo que con frecuencia levanta suspicacias en la sociedad española, como es el patriotismo o, peor, el patrioterismo.
Sin embargo, en toda novela hay una elección primaria y fundamental que marca el estilo y el tono de la obra, como es el de la voz narrativa. El narrador omnisciente, la tercera persona o la primera condicionan decisivamente tanto el estilo como el mensaje que el texto va a transmitir. Galdós escoge la primera persona, la narración de un joven, Gabriel, que será testigo de estos episodios. Y esta decisión ya nos informa de muchas cosas: que se trata de la visión de un miembro del pueblo llano, de un niño al principio, y que su peripecia personal será tanto o más importante que la de los hechos históricos en los que se verá involucrado; que lo que nos cuente será lo que vea y lo que oiga, que sus tesis y opiniones sólo serán las del personaje, no una verdad absoluta, sino condicionada por aquello que vea u oiga; y que aquello que vea no será un inmenso panorama detallado del paisaje histórico, sino una pequeña fracción del mismo, aquel que resulte de su experiencia (Si alguien dice que Gabriel es un símbolo del pueblo español en esa peripecia, le responderé que no invalida lo anterior. Gabriel es símbolo del pueblo llano, pero es un pueblo llano con las mismas limitaciones que el personaje, que actuó según lo que veía y, a veces, según lo que le contaban). Es una característica importante, porque le resta solemnidad y discurso político, y lo hace más abierto, más fácil para el lector comulgar o disentir de las opiniones de Gabriel. Caso de haber empleado un narrador omnisciente, lo que obtendríamos es un manual de historia novelado. Con una "memoria" de Gabriel, tenemos una inmersión en una parte de los hechos, pero esta inmersión humaniza la narración.
No es casual que un miembro de esa Generación del 98 que recibe su nombre del año del trauma de la pérdida de las últimas colonias y de la necesidad de una reformulación de la idea y el papel de España, escoja una derrota, la de Trafalgar, que puede verse incluso como el origen de esa crisis (una decadencia ya palpable en 1873, fecha de la aparición de la novela), para inaugurar esa obra monumental.
Narrativamente, los Episodios comparten, para bien y para mal, las características de la novela de finales de siglo XIX española. Pero el más popular de esos novelistas poseía una fuerza narrativa, producto de la experiencia y del genio, imparable. La claridad, la sencillez, pero con estilo, hacen que perdure hasta hoy. Y que muchos de los que se acercan a él por obligación se vean agradablemente sorprendidos.
En cuanto a Historia, esos eruditos del XIX consta que se documentaban todo lo que podían antes de tomar siquiera la pluma. En este caso, se sabe que Galdós se entrevistó con uno de los últimos supervivientes (un marinero raso) de la batalla de Trafalgar, amén de leer y revisar de todo, desde planos hasta relatos e informes. Y si todo eso da autenticidad, Galdós es lo bastante gran escritor como para no perder nunca de vista lo que está haciendo: escribir una novela para el público lector. Y lo consigue, cómo no. De una manera que sigue siendo un placer leerlo.